Una de las construcciones más representativas de Japón es sin lugar a dudas Kinkaku-ji, también conocido como Templo Dorado o Templo de Oro de Kyoto, pero cuyo nombre oficial es Rokuon-ji. La instantánea en la que esta brillante construcción aparece junto a su reflejo en el estanque que la rodea es una de las más famosas entre los viajeros. Este lugar desata unas pasiones y un interés que son directamente proporcionales al impacto y sorpresa que causa su contemplación. Una visita más que obligada cuando decidimos viajar a Japón, ya que se trata de todo un símbolo de Kyoto cuyo recuerdo será imborrable.
Una construcción recubierta de hojas de oro
Kyoto es famoso por su tradición, por la gran cantidad de templos y edificios antiguos que podemos encontrar a lo largo y ancho de la ciudad; pero Kinkaku-ji se merece un lugar especial en ese listado. Podemos decir con absoluta certeza que no es uno más. Su peculiaridad, el hecho de que esté recubierto de hojas de oro, hace de él algo único, que se ve potenciado por el increíble espectáculo que resulta el contemplar su reflejo en las aguas del estanque que lo rodea.
Su historia arranca en el año 1397, cuando fue construido como casa de retiro del shogun Ashikikaga Yoshimitsu, el generalísimo de la época Muromachi (1336-1573). A su muerte, su hijo lo convirtió en un templo budista zen. Durante años, sufrió daños a causa de las guerras y otros sucesos, pero fue en 1950 cuando un monje consumó su obsesión por el templo convirtiéndolo en cenizas. Esta tragedia fue relatada por el emblemático escritor japonés Yukio Mishima en su obra “El pabellón de oro”. Y, como ha ocurrido con muchos otros templos en Japón, que resurgen de sus cenizas, se levantó una réplica exacta del modelo original, con la única diferencia de que se añadió un recubrimiento con láminas de pan de oro en las plantas inferiores. El resultado ha sido reconocido por la UNESCO, que lo ha declarado Patrimonio de la Humanidad.
Paseo por el estanque Kyoko-chi
La visita a Kinkaku-ji viene acompañada de una experiencia con la que los descubridores se maravillan y no es otra que la del paseo junto al lago Kyoko-chi, que tiene un total de 60.000 metros cuadrados. Realizando un recorrido a su alredededor, el descubridor puede observar el Templo de Oro desde diferentes puntos de vista y disfrutar del ya mencionado reflejo en el agua. Una estampa que todo el mundo quiere llevarse de recuerdo en su cámara fotográfica o móvil. Además, andando sobre las aguas también se puede disfrutar del relajante ir y venir de las carpas japonesas, que con sus naranjas, rojos y blancos dibujan sinuosas figuras que nos embelesan.
El jardín está especialmente diseñado para ofrecer diferentes vistas mientras se pasea, por lo que lo único que tendremos que hacer es abandonarnos al placer visual. Además, a lo largo del recorrido vamos a encontrarnos también con diferentes rocas e islas de distintos tamaños, cuyas formas y sombras también son especialmente bellas.
La imagen del Templo Dorado recortada bajo los cuidados árboles del jardín típico japonés es uno de esos tesoros que cualquiera que visite este sagrado lugar atesorará en su memoria para siempre, pues no es algo que pueda olvidarse fácilmente. Disfrutar de la belleza del recinto, que cuenta con un total de 132.000 metros cuadrados es, sin duda, una espléndida forma de sumergirse en la calma de los jardines japoneses, con sus cuidados diseños y casi siempre llenos de cerezos dispuestos a ofrecernos su espectáculo de flores.
Imagen principal: Mike Stezycki
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