Martes, 25 de septiembre de 2010
Estos días que hemos tenido antes de empezar las clases los he utilizado para ir estrechando relaciones con mis compañeros de la universidad. Hoy hemos quedado para ir juntos a un sitio que le habían recomendado a mi amigo Steven. Se trata de la Montaña de los Monos de Kyoto. Está situada en Arashiyama (嵐山), al oeste de la ciudad. En la cima de la montaña viven un montón de monos en libertad. Van campando por el recinto a sus anchas y hasta se te pueden meter entre las piernas como te descuides. Nunca había experimentado una cosa así. En la parte más alta de la montaña hay una caseta. Dentro puedes comprar comida para monos (trozos de manzana y cacahuetes) y dársela directamente de la mano. Las ventanas tienen verjas y los monos se colgaban de ellas desde el exterior con la intención de llevarse algo la boca gracias a la cortesía de los turistas. Yo no me he podido resistir a comprar una bolsita y alimentar un poco a esos entrañables animales. Aunque intentaba darle un trozo a un monito pequeño que había pero los grandes siempre se adelantaban y le dejaban sin nada. Tuvimos que distraer a los grandes para poder darle uno al pequeño. Al fin el monito pudo comerse a gusto un pedazo de manzana.
El entorno natural del sitio es una pasada. El camino para llegar a la cima estaba lleno de árboles de todo tipo y una vegetación salvaje. Desde arriba se podía disfrutar de una vista privilegiada de la ciudad de Kyoto. Pasamos un buen rato junto a los monos nipones mientras nos sentíamos en contacto con la naturaleza. Un plan inesperado pero muy chulo.
Visita al Templo de Plata de Kyoto
Después hemos ido a ver el templo de Templo de Plata (Ginkakuji 銀閣寺) que ya había intentado visitar en otra ocasión. Esta vez he llegado a tiempo para disfrutarlo detenidamente. Tiene unos jardines que te dejan sin palabras. Es impresionante cómo los japoneses miman cada detalle. Es un país que cuida mucho la apariencia de las cosas. Eso lo puedes comprobar hasta en la forma de presentar la comida. La estética es clave en su cultura. En las fotos se puede ver cómo incluso se detienen a dar forma a la grava utilizando una precisión casi milimétrica.
Mientras estaba recorriendo sus jardines, imaginaba como sería vivir allí. Debe de ser difícil estar cabreado o angustiado cuando resides en un lugar con tanta paz como la que se respira en este templo. Mires a donde mires ves árboles, plantas, musgo… vida. Es un lugar rebosante de vegetación. Si fuera millonario, me haría una casa igual. ¡Qué bonito es soñar!
Imagen principal: Richard Fisher
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