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    Decepción en la Nochebuena de Roppongi

    InicioDiario de un DescubridorDecepción en la Nochebuena de Roppongi

    DIARIO DE UN DESCUBRIDOR/ Viernes 24 de diciembre de 2011. En el segundo día de Tokio decidimos pasarnos por el parque de Yoyogi, que es bastante famoso en la ciudad. El lugar es muy amplio y el paisaje lucía típico invernal, con todos los árboles pelados y las hojas en el suelo. Nos hizo buen tiempo, así que pudimos disfrutar de un buen paseo por la zona. No sé cuándo es el mejor momento para ver el parque. Me imagino que en primavera es muy bonito por la floración de los cerezos, pero para mi los paisajes de invierno también tienen su encanto. El aire frío que se respira da la sensación de ser más puro que en cualquier otro momento. El suelo está cubierto por las hojas marchitas que cayeron en el otoño y de los árboles solo queda la silueta. Se ve todo muy despejado sin el espeso follaje que de costumbre cubre todas las ramas. Puede ser bastante agradable si te centras en los pequeños detalles.


    parque yoyogi

    A la salida del parque hay un recinto deportivo que se construyó para las olimpiadas que se celebraron en Tokio hace ya bastantes años. Es normal encontrarse a gente joven haciendo deporte por el lugar. En este caso pudimos ver a un par de grupitos de chavales que se dedicaban a hacer coreografías con música hip hop mientras saltaban a la comba. Nunca antes lo había visto pero a la vez que saltan, bailan. Es bastante espectacular.

    Bailan y saltan a la comba

    Una visita a Akihabara, el mundo friki por excelencia

    Después de tomarnos un café en un Starbucks cercano, llegó el momento de irnos al mundo friki por excelencia. Estoy seguro de que todos sabéis de lo que hablo. Se trata Akihabara, o Akiba para los asiduos. Este barrio es conocido por las tiendas de electrónica, las tiendas de mangas y figuritas y por sus cafés con chicas vestidas de sirvienta, los Maid Café.

    akihabara (1)

    Este barrio es increíble. Hay luces por todos lados y tiendas súperbaratas. También hay un buen mercado de segunda mano, por lo que de vez en cuando se pueden encontrar auténticas gangas. Los escaparates y las estanterías están totalmente repletos de productos, hasta el punto de que literalmente no cabe absolutamente nada más. A veces incluso cuesta andar por la tienda porque en el suelo también colocan artículos.

    akihabara (2)

    Me acerqué a una de esas tiendas famosas donde venden figuritas de personajes manga. La variedad de la que disponían era abrumadora. Cientos de monigotes de todos los tamaños. Muchos de ellos, eran chicas con escasa ropa y en posiciones bastante provocativas. Mientras estaba dentro de la tienda, entró el autentico friki akihabero por excelencia. Ya había leído sobre ellos antes de venir y encajaba perfectamente con las descripciones. Un chico joven, vestido con no mucho gusto, zapatillas modelo de hace 20 años, gafas y una amplia mochila capaz de almacenar todo tipo de compras frikis. Le hice un par de fotos a hurtadillas.

    Friki akiba

    Una de las cosas que tenía en mi lista de experiencias, era entrar en un Maid Café. Siempre me ha parecido increíble que puedan existir ese tipo de establecimientos y quería comprobarlo con mis propios ojos. He de reconocer que me daba un poco de corte entrar solo en uno de estos locales. Pero bueno, al final me decidí por uno y entré sin pensarlo dos veces.

    Tengo la impresión de que no elegí bien el sitio, porque era un poco cutre. Solo había dos chicas y el local era un tanto pequeño. Dentro había unos tres clientes aparte de mí y eran japoneses de edad avanzada que acudían para hablar con las chicas como si fueran sus amigas. Me pareció que eran habituales por la confianza que tenían con las camareras. Las chicas hablaban como si fueran más jóvenes de lo que en realidad son, con un tono de niña inocente que no ha roto un plato en su vida. Y al parecer esto daba buenos resultados porque a los clientes del local se les veía muy felices. Sinceramente me sentía fuera de lugar. Es curioso cómo dependiendo de la cultura de un país, hay negocios que pueden funcionar y que en otra parte del mundo sería impensables.

    Maid cafe

    Pensaba que ir solo sería algo raro, pero parece que es lo normal. Después de tomarme un café y de hablar un rato con las camareras, me fui. No es el tipo de lugar que frecuentaría normalmente, pero por una vez no ha estado mal. Una experiencia más que añadir a la lista.

    Mi celebración de la Nochebuena en Japón

    Al caer la noche llegó el momento de ir a cenar para celebrar la Nochebuena. Todos los años la paso con mi familia, pero en esta ocasión, por primera vez en mi vida, no estaba en casa. Fue una sensación un poco rara. Solos Hiroki y yo, cenando en un restaurante que tampoco era nada del otro mundo. No sé él, pero yo me sentí un poco solo. Para mi este es un momento muy especial que compartir con mi familia y ayer me acordé muchas veces de mi hogar y de mi gente. De la increíble cena que estarían comiendo todos juntos en el salón de mi casa al calorcito de la chimenea. De mis sobrinas correteando de aquí para allá, de mi padre abriendo una botella de un buen vino, de mi cuñado Jorge gastando una broma tras otra, de mi madre súper atareada intentado hacer que todos puedan disfrutar de la mejor noche del año, de mi hermano David quejándose de ya no poder comer más porque se ha hinchado a picar antes de la cena, de mi cuñada Esther preparando una de sus famosas tartas, de mi hermano Antonio y su novia Helena, siempre tan elegantes; de mi hermana en uno de sus ataques de risa y de mi gato tirado como si fuera un cojín no muy lejos de la estufa. Una noche plagada de pequeños detalles que se graban a fuego en tu mente. Sin duda, las próximas navidades estaré donde me corresponde, en casa.

    De fiesta por la zona de Roppongi

    Después de la cena, Hiroki y yo decidimos salir de fiesta por la zona de Roppongi. Había oído hablar muy bien de este barrio, pero allí no encontramos lo que esperábamos. Fue una de las noches más surrealistas de mi vida. En primer lugar, hasta para entrar en el mayor antro de la zona, te obligaban a pedir una consumición. Encima, no te dejaban ver el local por dentro antes de decidir si querías entrar o no. Nada mas cruzar la puerta ya te estaban diciendo que pidieras algo. En mi vida me había sentido tan presionado para consumir. A veces, intentaba ver un poco el local antes de pedir, pero para ello tenia que disimular como si estuviera decidiendo que bebida iba a tomar. Es como si te estuvieran diciendo: “¡¡Venga, vamos, vamos, vamos!! Puff. Además, en Roponggi encontramos un local que ya era el colmo del acoso. Su nombre se me quedará grabado para la posteridad. El maldito Gaspanic. Cuando entramos allí, todo nos parecía perfecto. No te increpaban para que pidieras, la música era buena y el local tenía un ambiente agradable. Decidimos quedarnos y disfrutar de la noche. Incluso fuimos a una taquilla para dejar nuestras cosas, pagando 200 yenes. Después de pedirnos una copa y hablar un rato, nos fuimos a la zona de baile. De repente, nos topamos con la realidad. Resulta que, repartidos por el local, había empleados que llevaban una linterna y se dedicaban a mirar las manos de los clientes. Si te veían sin una copa, te enseñaban un folleto con las bebidas y te obligaban a pedirte una. Cuando decías que no querías nada, te enseñaban un cartel en el que estaba escrito que para poder permanecer allí debías de tener siempre una bebida en la mano. ¿¿Cómo?? ¿¿Pero que es lo que me están contando estos tíos?? Los empleados son como alimañas que recorren el local investigando a ver quién no tiene bebida. Incluso, si llevas una cerveza, los muy urañas te miran a ver cuanto te queda para comprobar que no la estés llevando en la mano por mucho tiempo. Pero por si eso fuera poco, lo de un aforo límite no saben lo que significa. Dejaban entrar a todo el mundo hasta un punto de insostenible masificación.

    Definitivamente, recogimos nuestras chaquetas y salimos de aquel tugurio para no volver a entrar nunca más. Incluso, de camino a la taquilla, me encontré con una de esas ratas con linterna que me empezó a acosar nada mas verme. Le tuve que repetir como cinco veces que solo quería recoger mis cosas y largarme de allí para que me dejara en paz. De todas formas, en todos los locales, se percibía ese espíritu sacapasta. Incluso en los locales que te decían que podías estar toda la noche pagando una sola consumición, los camareros te preguntaban cada dos por tres si querías algo. A veces me daban ganas de mandarlos a la mierda.

    Otro de los puntos negativos de la noche fue el frío que hacía. Era increíble. Cada vez que salíamos a la calle era como si te clavaran agujas en la piel. No podías pasar mucho tiempo fuera sin entrar en algún sitio porque si no, podías morir de hipotermia. Así que los pub de Roppongi se convirtieron en nuestra trampa. El frío no nos dejaba estar fuera y cuando queríamos entrar en algún sitio para no morir congelados, los japoneses no esperaban con la caja registradora en la mano.

    En medio de todo este circo, un rayo de luz nos iluminó y nos hizo pensar que nuestra suerte iba a cambiar. Conocimos a un grupo de tres japonesas que estaban tan decepcionadas con Roppongi como nosotros. Las tres eran muy guapas y simpáticas. Además, les hacía mucha gracia mi japonés precario de extranjero recién llegado. En poco tiempo hicimos muy buenas migas y nos propusieron ir con ellas al barrio de Ginza para entrar en una discoteca que según decían, estaba genial. El problema es que Ginza estaba lejos y la única forma de llegar era en taxi. Como éramos cinco, no podíamos ir todos en el mismo taxi por lo que había que dividirse e ir en dos coches. Eso suponía que la cuenta de ir a Ginza sumando la entrada en la discoteca y el taxi subiría por encima de los 50 € cada uno. En ese momento, tomamos la peor decisión posible. Les dijimos a las chicas que nosotros nos quedaríamos en Roppongi y dejamos que se fueran ellas solas. ¡Todo por no gastar tanto dinero! Madre mía, cómo me arrepiento de esa decisión porque lo que nos deparó el resto de la noche no fueron más que decepciones. Al final, tiramos nuestro dinero en locales basura hasta que vimos el primer rayo de sol del alba. Quién sabe lo que habría sucedido si hubiéramos ido a Ginza.

    Un final con ramen incluido

    El mejor momento de la noche fue cuando en medio de nuestra desesperación y muertos de frío, entramos en un restaurante de ramen que abría hasta altas horas de la noche y nos comimos un buen plato de sopa caliente con noodles. Solo puedo decir que vimos el cielo. No quería que nunca se acabara ese momento. Era como haber llegado a un oasis en mitad del desierto. Cada cuchara de sopa caliente pasaba por mi garganta y me calentaba el cuerpo desde dentro. Fueron los mejores 700 yenes invertidos de mi vida.

    De regreso a casa, no podíamos evitar en la cara nuestro malestar. Habíamos llegado allí con muchas expectativas y después de todo, no se puede decir que hubiéramos disfrutado mucho de la Nochebuena. Al final, viendo el panorama, nos dio por reírnos en vez de llorar y pasamos un buen rato en el metro recordando lo fatídica que había sido la noche. Es lo que dicen, ¿No? Al mal tiempo, buena cara.

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    Marcos
    Marcoshttps://www.descubriendojapon.com
    Durante ocho años perseguí el sueño de vivir en Japón y después de mucho esfuerzo pude hacer la maleta e irme a estudiar a la Doshisha University de Kyoto. Allí profundicé durante más de 3 años en el conocimiento de la lengua y la cultura japonesa. Desde entonces, mi vida ha estado siempre ligada a Japón. Soy un aficionado a descubrir nuevos rincones todavía sin explorar.

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