Una de las experiencias más especiales que se puede vivir en Japón es la visita a templos en los que la comunión entre religión y naturaleza nos lleva a lugares espirituales alejados de Occidente. Es habitual en este país encontrar estos sagrados lugares integrados perfectamente en un monte. Y esta vivencia es algo que se multiplica en el caso del monte Shosha, en cuya cima encontramos el conjunto de templos Engyō-ji, de más de mil años de antigüedad. Todo ello muy cerca de la ciudad de Himeji, con el encanto adicional de que para acercarse más al lugar no sólo hay que coger un autobús, sino también un teleférico. Una experiencia siempre agradable que nos proporciona el plus de unas buenas vistas panorámicas.
La naturaleza que guía hacia lo alto de la montaña
Una vez iniciamos el camino hacia el conjunto de templos, el monte Shosha se muestra ante nosotros con todo su esplendor. Si elegimos alguna de las dos estaciones estrella para viajar a Japón (esto es: la primavera o el otoño), además, disfrutaremos del espectáculo natural de los cerezos en flor o el momiji y la caída de las hojas de los árboles, formando un hermoso haiku japonés. Si lo visitamos en otras épocas, igualmente no nos defraudará. Sus árboles y caminos nos guían hacia la zona más alta de la montaña, donde encontraremos la recompensa al paseo con increíbles escenas que nos retrotraerán al Japón más medieval.
Hay cerca de 25 minutos andando desde donde nos deja el teleférico hasta Maniden, una de las estructuras principales del complejo de templos, dedicada a Kannon, diosa de la misericordia. Antes de alcanzarla, pasaremos por una enorme puerta de madera que nos indicará que estamos por el buen camino. A pesar de su sencillez, su presencia en medio del bosque resulta una visión de lo más hermosa. Al llegar a Maniden, la palabra que cruzará por nuestra mente será imponente. Una escalinata de piedra flanqueada por dos moles con inscripciones nos dan la bienvenida a uno de esos lugares tan especiales y espirituales que nos encontramos cuando viajamos a Japón.
Una vez que hemos visitado Maniden podemos acercarnos al precioso y singular auditorio de madera Daikō-dō. Un espacio en el que no sólo se respira la atmósfera de paz en plena naturaleza, sino también donde podemos recrear algunas de las escenas que aparecen en la película El último samurái, protagonizada por Tom Cruise.
En el camino que nos lleva por todo este complejo de templos vamos a encontrar a nuestro paso numerosas esculturas cuyas expresiones nos acercan a la idea de espiritualidad que tienen los japoneses y nos ayudan a comprender cómo viven la religión. Además, ocho de los edificios que conforman este complejo y siete imágenes de Buda han sido catalogadas como “Importantes Propiedades Culturales”.
El origen del conjunto de templos Engyō-ji
Hace más de mil años que el templo Engyō-ji fue fundado por el sacerdote budista Shoku, quien tuvo una iluminación en la que se le apareció Monju, el dios de la sabiduría y el intelecto. El mensaje que le dio decía que cualquiera que subiese el monte Shosha sería purificado en cuerpo y alma. Esta revelación fue corriendo como la pólvora y haciéndose popular, por lo que mucha gente subía la montaña para pedir divinos favores, incluido el emperador Go-Daigo Tennō. Además, en el transcurso de los años este lugar se ha convertido en el centro más importante de formación para sacerdotes budistas en la zona este del distrito de Kansai.
Fotos: cotaro70s y Descubriendo Japón
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