Martes, 23 de septiembre de 2010
El otro día uno de los chicos japoneses que conocí en España me llamó para decirme que estaba organizando una fiesta de despedida en la ciudad de al lado. Por lo visto, se va tres meses a Argentina y ha invitado a todos los amigos para ir a cenar. Afortunadamente, me pilla cerca y es una buena oportunidad para ver caras conocidas. Así que me lancé a la aventura de coger un tren yo solo y hacer un viaje exprés a Osaka. Hasta el momento solo había usado el tren un par de veces y no tenía muy claro cómo funcionaba pero mis amigos me lo explicaron más o menos.
La aventura de mi viaje exprés a Osaka
Cuando llegué a la estación y conseguí encontrar el andén desde el que salía el tren a Osaka, vi que ya estaba allí esperando. Me subí y me senté orgulloso de haber localizado el tren que me llevaría a la fiesta tan pronto y sin haber tenido que pasar ningún apuro. Ahora solo tenía que esperar y bajarme en la parada que mis amigos me habían indicado. Una vez que el tren ya había salido, me empezaron a entrar las dudas. ¿Realmente estaba en el tren correcto? Le pregunté a un chico que tenía al lado si el tren en el que íbamos llegaba a Osaka o no. Me esperaba una respuesta corta pero el chico empezó a explicarme no sé qué cosa que no lograba entender. Hizo varios intentos pero al final, siempre me perdía a mitad de explicación. Me puse un poco nervioso así que le corté y le dije: “¿Este tren va a Osaka o no?” Entonces puso una cara como de resignación y me dijo que sí. Con esta respuesta me quedé satisfecho y di la conversación por terminada. El pobre se quedó con la palabra en la boca. Me miró con cara de estar pensando, “este gaijin no tiene remedio”. Por cierto que gaijin es una palabra que viene a significar algo como guiri en japonés.
Al poco rato el tren en el que iba se paró en una estación durante unos minutos. Una anciana que estaba sentada enfrente y había presenciado mi conversación con el chico japonés, me miró y señaló el andén que había al otro lado. Un buen número de la gente que estaba en mi vagón había salido para ir donde la anciana me indicaba. La miré extrañado y le dije “¿Qué vaya allí?”. La anciana asintió con la cabeza. No me explicó nada, solo me dijo, “Chico, ves allí”. Decidí hacerle caso. No tenía mucho margen de tiempo así que equivocarme de tren supondría que llegaría tarde y no podría cumplir mi objetivo de mi viaje exprés a Osaka.
Como aquel que da un paso de fe y se lanza al vacío, salí de mi vagón y fui al andén de enfrente. Casi en el acto llegó otro tren. Miré atrás por última vez y a lo lejos vi la abuelita diciéndome que sí con la cabeza. Así que me subí y de inmediato salimos en la misma dirección que el tren anterior. ¡Bendita abuela! Por fin lo entendí todo. También lo que el chico japonés trataba de explicarme. Parece ser que el tren en el que íbamos, efectivamente llegaba a Osaka pero era de la categoría local, por lo que pararía en todas y cada una de las estaciones antes de llegar. Eso quiere decir que iba a tardar una burrada de tiempo. Sin embargo, el tren en el que me acaba de subir, era un exprés que solo tenía programado parar en tres sitios antes de llegar a Osaka. Si no llega a ser por aquella anciana hubiera llegado tardísimo y me habría perdido la cena. ¿Cómo podré agradecérselo? Seguramente nunca más la veré pero siempre me acordaré de ella. Me ha sorprendido mucho que una persona desconocida se estuviera preocupando por mí y se tomara las molestias de ayudarme sin que yo se lo pidiera.
Una despedida a la japonesa en un izakaya
En menos de treinta minutos ya estaba en el punto de encuentro. Fue muy agradable reunirme con todos los amigos japoneses que había conocido en España. Solo que en esta ocasión nos veíamos en Japón.
Para cenar fuimos a un izakaya y estuvimos comiendo sin contemplaciones durante un buen rato. No paraban de traer platos y platos. Todo estaba increíblemente bueno. Solo hubo un tipo de comida con la que tuve problema. Parecían ser unos trocitos de pollo empanado con muy buena pinta. Cuando cogí uno, digo “vaya, me ha tocado el trozo con cartílago, que mala suerte”. La sorpresa me la llevé cuando al coger otro, me di cuenta de que en realidad era cartílago de pollo empanado. ¡Nunca lo hubiera imaginado!
Por todo lo que estábamos pidiendo suponía que la cuenta iría en consonancia y más tratándose de Japón. Así que decidí no pensar en el dinero y simplemente disfrutar del momento. Salimos a 2500 yenes por cabeza. Lo que equivale a unos 21 euros. Esperaba que fuera más caro, así que pagué mi parte a gusto. No suelo beber cerveza porque es muy cara en Japón pero en el izakaya pedí tres buenas jarritas que me supieron a gloria.
Nos reímos mucho aquella noche y todos me felicitaron porque mi japonés había mejorado desde la última vez que nos habíamos visto. Parece que poco a poco voy cogiéndole el truco. Me ha dado mucho ánimo escucharles decir eso, ya que últimamente estaba un poco depre con el tema. Esto me da fuerzas para seguir mejorando. ¡Estoy a tope!
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