DIARIO DE UN DESCUBRIDOR/ Domingo 12 de diciembre de 2010. Para la entrada de hoy tengo algo interesante sobre lo que hablar y lo que es mejor: una buena tanda de fotos que enseñaros. El plan estrella del fin de semana ha sido un mini viajecito a ver el Ruminari de Kobe, una de las ciudades vecinas de Kioto, situada un poco más al sur; que, afortunadamente, tiene puerto. Eso quiere decir que después de tres meses y pico he podido ver el agua del mar otra vez. Cómo lo echaba de menos. En Alicante es tan normal verlo que no te paras a pensar como sería estar una temporada sin él. A mi especialmente me encanta el aire puro que se respira a la vera del mar. Es fresco y limpio. Da la impresión de que te depura un poco los pulmones en cada bocanada de aire que inspiras.
Una escapada de fin de semana a Kobe
Decidimos irnos a Kobe el fin de semana porque durante estas fechas tiene lugar en una de las calles principales de la ciudad el famoso ルミナリ (Ruminari). Se trata de un evento anual que consiste en llenar toda una avenida de luces que, en su conjunto, forman un gran pasillo que va desde una punta a otra. Cuando estás frente a este grandísimo espectáculo visual, tus ojos se llenan de vivos colores, haciéndote sentir como si estuvieras ante las puertas del mismísimo cielo. Una vez que llegas hasta el final, se haya una especie de escenario rodeado de una estructura circular, también completamente iluminada.
La única pega es la de siempre cuando algo es muy bonito: mucha gente quiere verlo y esto provoca que haya masificación. Como era de esperar, no fuimos los únicos en pensar que podría ser buena idea hacer una escapadita a Kobe, por lo que antes de poder llegar hasta el punto de inicio del Ruminari tuvimos que recorrer un buen tramo de la cola mas larga jamás vista.
La buena noticia es que si hay algún sitio en el que saben gestionar bien este tipo de situaciones es sin duda Japón. Ya es conocido que los japoneses son gente súper organizada, ¿No? Bueno, pues en esta ocasión volvieron a sorprenderme haciendo alarde de su cuadriculada mente y consiguieron que a pesar del gentío la espera no se hiciera muy pesada. Supongo que ahora es cuando todos os preguntáis que es lo que hacían diferente. Bueno, pues son varias cosas. La primera es que delimitaron con vallas el recorrido por el que todo el mundo debía de pasar si quería llegar a ver el ruminari. Esto hace que la gente se sienta tranquila y no tenga que apresurarse a amontonarse para que ningún listillo se coloque delante.
La segunda medida fue que dividían a la gente en grupos. Esto lo conseguían porque un japonés con un cartel gigante se situaba cada 30 metros en la cola. Cada cierto tiempo lo levantaba para que todo el mundo pudiera ver claramente la palabra DETÉNGANSE. A los 30 segundos lo bajaba y el grupo avanzaba unos metros. Al rato volvíamos a pararnos y a continuar. De esta forma, podían controlar que la gente no se agolpara demasiado.
Otra cosa que me pareció curiosa es que también cada 30 metros te encontrabas a un japonés con un megáfono que no paraba de repetir que fuéramos con calma. La sensación que percibí fue la de formar parte de un rebaño gigante dirigido cuidadosamente por sus pastores. Así dicho no suena muy bien, pero como el resultado fue bueno, no me importó sentirme como una oveja.
Debido a que la cola era muy extensa, no podías ver nada hasta que no pasases la última esquina que te daba acceso al espectáculo de luces. A cada giro que dábamos, la expectación se incrementaba y cuando por fin nos situamos frente al famoso Ruminari se produjo un “oooooh” multitudinario que se repetía una y otra vez a medida que la gente giraba la esquina. Si te quedabas allí parado podías escuchar un “ooooh” continuo a medida que los grupos de japoneses accedía a ver las luces.
El China Town de Kobe
Aparte de este espectáculo, aprovechamos para ir a todos los puntos de interés que se encuentran en la ciudad, como el barrio de China Town, en el que podías encontrar comida de todos los tipos en un ambientillo callejero.
También recorrimos las larguísimas avenidas comerciales atestadas de tiendas o el museo del puerto dedicado al terremoto que asoló la ciudad en 1995. Durante la reconstrucción, dejaron una parcela del puerto exactamente igual que como la encontraron después de la catástrofe, por lo que te dan la oportunidad de comprobar con tus propios ojos la magnitud del terremoto. Hay también una zona de paneles con fotografías en las que te muestran a grandes rasgos como se quedó la ciudad. La verdad es que daba un poco de intranquilidad saber que estabas en un lugar en el que pueden ocurrir ese tipo de cataclismos.
Una de las cosas que más me impresionó de Kobe fue lo moderna que es. Había una gran cantidad de construcciones de estilo occidental. Por un momento te daba la impresión de estar en Europa. Grandes edificios, amplias avenidas y todo increíblemente limpio. Supongo que en parte, la modernidad se deriva de la gran reconstrucción que se produjo tras los devastadores efectos del terremoto.
Si quieres saber más sobre Kobe, puedes leer la entrada que publicamos: Kobe: mucho más que exquisita carne de buey.
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