DIARIO DE UN DESCUBRIDOR/ Sábado 27 de noviembre de 2010. Por fin tengo el material fotográfico necesario para poder hacer esta entrada. Llevo un tiempo queriendo escribiros sobre una de las cosas que más he ansiado ver desde que llegué a Japón. Y esta no es otra que el kouyou. Ya os he comentado en otras entradas de qué va el asunto, pero para los que no lo sepan, esta palabra representa el momento en el que las hojas de los árboles cambian de color al llegar el otoño. Este fenómeno abarca a todos los árboles, pero en especial, hace mención al momiji. Este árbol viste durante todo el año un color verde intenso, pero en esta época llega a alcanzar una variedad de colores que lo convierten en un árbol único. Durante bastante tiempo he visto incontables fotografías el otoño japonés, pero el hecho de poder haber estado aquí y presenciarlo con mis propios ojos ha sido algo especial. Solo puedo decir una palabra para describirlo: impresionante. Es asombroso cómo cambia el paisaje cuando llega el otoño. He estado en lugares que parecían sacados de un libro de fantasía. Ha sido mucho mejor de lo que me esperaba disfrutar del momiji en Kioto.
Momentos que siempre recordaré del momiji en Kioto
He grabado en mi memoria momentos que recordaré siempre, tales como el día que estuve entrenando en los jardines del Palacio Imperial de Kioto con mi amigo Tobías (el chico al que le doy clases de artes marciales). Dimos una vuelta por el recinto y al final nos paramos en una zona repleta de momijis. Mientras le explicaba las técnicas podía ver de fondo árboles de color naranja, rojo, granate, amarillo y verde. Es un estallido de vida que te abruma. Había momentos en los que no podía creer que realmente estuviera allí.
Después del entrenamiento, mientras regresábamos, vimos a lo lejos un árbol gigantesco que parecía ser un Ginkgo Biloba. Como no teníamos prisa nos acercamos para verlo bien. Este árbol luce un color amarillo intenso durante el otoño y más o menos en estas fechas las hojas caen casi a la vez, por lo que las ramas se quedan limpias en apenas unos de días. Lo bueno de esto es que alrededor del árbol se forma una alfombra amarilla que lo cubre todo. Además, cuando sopla un poco de viento y las hojas caen es como si estuvieran nevando copos amarillos. Nos tumbamos en esa alfombra natural viendo como las hojas descendían poco a poco desde lo más alto.
También tuve un momento muy bonito disfrutando del momiji el pasado miércoles. Al salir de clase, fui a ver el ginkakuji (pabellón de plata) ya que me pilla cerca de casa. Llevaba un tiempo preguntándome cómo sería en el pleno apogeo del kouyou, así que me fui directo a descubrirlo. La verdad es que no estuvo nada mal, pero sinceramente me lo esperaba mejor. Creo que llegué un poco tarde porque había unos cuantos árboles que ya habían perdido la hoja. Además, estaba totalmente abarrotado de gente. Decidido a regresar a casa un poco decepcionado, opté por tomar un camino de vuelta diferente para conocer un poco más la zona. Al salir vi que había una callejuela que se metía entre unas casitas y sin pensarlo dos veces me metí por allí. Más o menos intuía por dónde iba, pero la verdad es que estaba un poco perdido. Lo que no me podía imaginar es que esa pequeña expedición me llevaría hasta el momiji más impresionante que he visto hasta la fecha.
A mitad de trayecto llegué a un pequeño templo que no sabía ni que existía. Decidí pararme para echarle un ojo y mientras subía por la cuestecita que daba acceso hasta la puerta principal, vi a los japoneses mirando para arriba y literalmente flipando en colores. Cuando alcé la vista, comprendí el porqué de su asombro. No os podéis hacer una idea de la imagen que se grabó en mis ojos en aquel instante. Fácilmente me quedé como unos 15 minutos sin poder apartar la vista de ese paisaje. Había un conjunto de tres arces inusualmente grandes que cubrían todo el cielo con un manto de hojas en forma de estrella. Los rayos de sol se filtraban entre los huecos y hacían que las hojas brillasen envueltas en multitud de vivos colores. Hice muchas fotos tratando de captar la esencia del momento y aunque son muy bonitas, en ninguna de ellas se puede apreciar lo verdaderamente majestuoso que era en realidad.
Estos son los regalos con los que Japón me va obsequiando durante el tiempo que llevo aquí. Todavía me queda la mayor parte del viaje por delante así que estoy ansioso de conocer todo lo que me depara. De momento, para terminar esta entrada, voy a poneros las mejores fotos del momiji que he sacado durante estos días. No he podido resistirme a recorrer cada rincón de Kioto en busca de los mejores lugares para disfrutar de los colores del otoño. Espero que os gusten.
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