Domingo 24 de octubre de 2010/ El domingo una chica del gimnasio de kárate me invitó a ir a Osaka para ver unos combates de kick boxing japonés en los que iba a pelear uno de los chicos del club. Se ve que aparte de entrenar con nosotros también hace kick boxing en otro sitio. No tardé mucho aceptar la oferta. Otra vez tuve que enfrentarme al ferrocarril japonés por mi cuenta. Aunque he de reconocer que en esta ocasión, gracias a la experiencia adquirida anteriormente, me resultó bastante más sencillo.
En todo momento pensaba que irían también otros chavales del gimnasio pero al llegar al punto de encuentro solo apareció ella, lo que me metió un poco de presión porque iba a tener que hablar japonés sin parar durante bastante tiempo. Pero bueno, luego pensé que en realidad era una gran oportunidad para practicar. A fin de cuentas es a eso a lo que he venido. Vivir experiencias estresantes es lo que hace que tu capacidad de aprendizaje se multiplique. No hay nada como la necesidad para poner al 100 % la maquinaria a trabajar.
Una vuelta por el barrio de Umeda en Osaka
Al final fue bastante bien la cosa. Creo que me defendí con soltura y pudimos comunicarnos sin muchos problemas. Como teníamos tiempo antes de los combates, me llevó al barrio de Umeda. Es uno de los más importantes de Osaka y en él se concentran una gran cantidad de rascacielos, macrocentros comerciales (por cierto, que aquí podemos encontrar la superficie comercial subterránea más grande de todo Japón), estaciones de tren y un sinfín de gente que va de aquí para allá gastando sin parar. Estuvimos dentro de un centro comercial que albergaba en la parte central una noria gigante de color rojo que te lleva durante unos minutos a una de las zonas más altas de toda la ciudad. Por supuesto, le dije que quería subir y ella aceptó encantada. Las vistas son impresionantes y los grandes edificios ya no parecían tan grandes.
En la planta de los restaurantes estuvimos un rato buscando un buen sitio para comer y al final acabamos entrando en uno donde más que comida servían dulces. Lo normal es tomar algún plato y luego un pequeño postre pero en este casó fue al revés. Un pequeño plato y un postre gigante. En su mayor medida eran helados. Me quedé muy impresionado de la gran variedad de combinaciones diferentes que ofrecían en ese local. Todas con su reproducción en cera para que pudieras ver el resultado final. Disfruté como un niño del helado más grande que he comido en toda mi vida.
Unos asientos casi al lado del ring para ver el kick boxing japonés
De allí fuimos directos al lugar donde se celebraban los combates de kick boxing japonés y al llegar me llevé una grata sorpresa. Nuestros asientos estaban casi al lado del ring. En ese momento entendí el porqué del precio de la entrada (3.500 yenes). No era un estadio grande, sino más bien un club pequeño con poco aforo, lo cual te permitía disfrutar mucho más de las peleas, así que me senté satisfecho en mi asiento.
Tengo que reconocer que al principio me pareció un poco más duro de lo que me imaginaba. Siempre he visto este tipo de eventos en televisión, pero en directo los sonidos lo recrudecen bastante y se aprecian muchos detalles que en la pantalla del televisor pasan más desapercibidos. Durante las primeras peleas, hasta se me puso un poco la piel de gallina en algunos momentos. Creo que me ha cambiado un poco el concepto de este tipo de espectáculo.
Hubo una cosa que no me gustó y es que también pelearon unos niños. Eran demasiado pequeños y aunque iban con bastantes protecciones no creo que sea apropiado que a esa edad ya se vean envueltos en este mundillo. No tienen capacidad para decidir si de verdad quieren estar allí o no, simplemente hacen lo que les dicen sus entrenadores, por lo que no me parece justo que se les lleve hasta esos extremos. Un adulto puede decidir qué es lo que quiere hacer con su vida pero un niño depende en gran medida de la voluntad de sus tutores.
Cuando llegó el combate del chico de nuestro gimnasio, Anri (la japonesa con la que iba) se llenó de vitalidad y se puso a animarle enérgicamente. Yo también me vi envuelto en ese éxtasis así que me solté un poco y de vez en cuando le gritaba cosas en japonés como ¡¡Ikee!! (¡¡Vamos!!) ¡Gambatte! (¡Ánimo!) ¡Dekiru! (¡Tú puedes!). La pena es que nuestros gritos de guerra no fueron suficientes para conseguir que ganara la pelea. De todas formas, hay que decir que el combate estuvo muy nivelado y posiblemente, si hubiera habido un poco más de tiempo, el resultado habría sido diferente.
Después de unas casi cuatro horas la cosa llegó a su fin. A la salida estuvimos hablando con el chaval un rato y le dimos nuestro apoyo diciéndole que lo había hecho muy bien. No solo era la verdad, sino que en estos casos, las palabras de ánimo vienen muy bien para recuperarse de la tensión sufrida durante una pelea tan dura.
A la vuelta, Anri me acompañó hasta la puerta del tren que me llevaba de regreso a Kioto, aunque para ello tuvo que coger un par de trenes en la dirección opuesta a su apartamento. Un detalle que sin duda le agradecí enormemente.
Una sorpresa final al llegar a casa
De vuelta en el tren pude darme cuenta de lo agotado que me había quedado después de toda la tarde con Anri hablando en japonés. Estaba como si me hubieran dado una descarga de alta tensión. Al llegar a casa, nada más abrir la puerta vi un paquete enfrente de mi cuarto y al desembalarlo, sentí una alegría que me volvió a llenar de energía. Mis padres me lo habían mandado días antes con la promesa de que en su interior encontraría una grata sorpresa. Y así fue porque en su interior había una bandejita de un jugosísimo jamón ibérico 100% de bellota. Me vino como anillo al dedo porque justo estaba pensando mientras regresaba que no tenía nada en el frigorífico para comer. ¡Cómo lo echaba de menos! Fue la guinda final para un buen fin de semana.