Domingo, 10 de octubre de 2010.
Y de nuevo, un fin de semana repleto de anécdotas en Japón. Empiezo por el principio. El jueves conocí a un grupo de chicas de Taiwan en el comedor de la universidad. Nos hicimos amigos en poco tiempo y antes de despedirme de ellas ya me habían invitado a ir a cenar el viernes por la noche. Como yo estoy abierto a todo, acepté gustoso la invitación. Lo que no imaginaba es que sería el único chico de la velada. Esa fue una sorpresa que me llevé cuando llegué al punto de encuentro. Y no eran pocas, no. 1 chico vs 12 chicas.
Cena con un gran grupo de chicas
Me lo pasé genial con ellas. El local al que fuimos ofrecía un buffet libre de mucha calidad por alrededor de unos 20 € por persona. Todavía no acabo de aclararme con los nombres de la comida japonesa, así que como no entendía la mayoría de los nombres de la carta, a veces llamaba al camarero y le pedía un par de platos al azar. Me gustan las sorpresas.
La chica que se sentó a mi lado es una compañera de clase de la universidad. Se llama Roni y viene de Israel. Desde el principio hemos hecho buenas migas, así que para no ir solo a la cena, me tomé la libertad de invitarla a ella también. Estuvo estudiando español durante unos años en su país y cuando se enteró de que yo era de España, vino a presentarse utilizando todo lo que aún podía recordar del idioma. Tiene un tono de voz muy dulce. Cuando la escuché hablar por primera vez, sentí una sensación muy agradable. No sé cómo explicarlo, pero esos primeros minutos en los que nos conocimos, se convirtieron en un rato que ahora guardo como un buen recuerdo. Desde entonces, nos hemos sentado juntos en clase. Algo me dice que Roni se va a convertir en una buena amiga a lo largo de este año.
Un entrenamiento de kárate intensivo
El sábado por la mañana volví a tener clase de kárate. Se puede decir que fue un buen entrenamiento. Estuvimos tres horas intensivas y acabé agotado. Hay algo que me encanta de la forma de entrenar de los japoneses y es que se centran mucho en la técnica de cada movimiento. Después del calentamiento dedican un tiempo a corregir los errores habituales que se suelen cometer en la forma de ejecutar los golpes. Mientras el capitán del club de kárate dicta los movimientos que tenemos que ejecutar, los cinturones negros se ponen en la parte de atrás del dojo observando atentamente y cuando ven algún fallo, acuden con agilidad a explicarte qué es lo que estás haciendo mal y cómo hacerlo bien.
En esta ocasión algunos de mis compañeros vinieron a hablar conmigo y por fin pude hacer un poco de relación con la gente del club. También conocí a Anri, una chica que es cinturón negro y a quien, por lo visto, le encanta Europa. Ha viajado mucho pero todavía no ha estado en España. Tenía interés y me preguntaba cosas acerca de mi país. Hemos hecho buenas migas.
Un súper festival de estudiantes de Kioto
Por último, me queda por contar la sorpresa del domingo. Algo que no tenía planeado pero que al final se convirtió en una buena historia. Aprovechando que por fin salió el sol, me dispuse a dar una vuelta con la bici con la intención de ir a ver un parque del que me habían hablado muy bien. Cuando salí de casa, escuché unos tambores a lo lejos. No sabía qué era, pero como tampoco tenía prisa, me dispuse a averiguarlo. Siguiendo el sonido llegué hasta una zona en la que había mucha gente. Menuda sorpresa me llevé. Resulta que habían montado un súper festival en el que estudiantes de todas las universidades de Japón venían a Kioto para realizar espectáculos de baile. En una zona muy amplia tenían habilitados numerosos escenarios en los que los alumnos mostraban sus coreografías impresionantemente bien elaboradas. Los uniformes también estaban muy conseguidos. Todo era gratuito, por supuesto, así que me dediqué a pasear por la zona viendo una actuación tras otra.
Aparte de todas las exhibiciones, había una zona en la que los estudiantes montaban pequeños stands para vender comida. Cada stand tenía algo diferente y era todo muy barato. Me ha sorprendido bastante la efusividad que ponían los estudiantes para conseguir que les compraras algo. A veces incluso, se abalanzaban sobre ti para venderte sus productos. ¿Es esto de verdad Japón? Si cruzabas la mirada con alguno de los vendedores del stand, estabas condenado a convertirte en cliente. Al final, no he podido evitar ponerme morado ya que me convencían fácilmente. Por cierto, que todos los platos y vasos que usaban eran reutilizables. Había unos cuantos japoneses que se dedicaban a recoger los utensilios usados para llevarlos a unos puestecitos donde fregaban y limpiaban todo. Desde luego, la costumbre de reciclar está muy arraigada en este país.
Estando allí, me encontré con unos amigos de la universidad y como yo iba solo, me uní al grupo. Una buena anécdota fue cuando paramos en un puesto con la intención de comprar una taza de té y uno de los chicos que estaba en el stand nos preguntó de donde éramos. Cuando yo le dije que era español, de repente todas las miradas se pusieron sobre mí. Resulta que la mayoría de los que estaban allí, estudiaban español. Rápidamente, un grupito de chicas vino a hablar conmigo y cuando me quise dar cuenta, tenía unas 6 o 7 a mí alrededor. Se hicieron fotos conmigo, me pidieron el móvil e incluso me preguntaron directamente si tenía novia. ¿Estamos en el mundo al revés? ¿No se supone que las chicas japonesas son muy tímidas? No solo eso, sino que después me preguntaron si estaba buscando pareja e incluso algunas se ofrecieron voluntarias para ser mi novia en Japón. What? ¡Algo totalmente surrealista! Al final todo se quedó en unas risas.
En fin, se puede decir que este fin de semana ha estado cargado de experiencias. Estoy agotado. Cuando llegué a Japón tenía claro que no iba a perderme nada y que venía a por todas, pero como siga así voy a quedar exhausto.
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