Viernes 15 de octubre de 2010
¡Por fin me ha llegado el resto de mi equipaje! Resulta que, como era de esperar, en los míseros 20 kilos de peso que te permiten llevar en el avión no me alcazaba para traer todo lo que se necesita para pasar un año en el extranjero. Así que dejé la mitad de mis cosas en España con la intención de que mi familia las enviara una vez estuviera asentado en Kioto. El caso es que ayer por la tarde cuando llegué a casa de la universidad vi dos súper paquetes esperándome en la puerta de la habitación. La sensación que tuve al verlos me recordó a cuando era pequeño y llegaba el día de los Reyes Magos. Me hizo muchísima ilusión porque ya empezaba a echar en falta los productos españoles en Japón.
Productos españoles en Japón: oh, aceite y mucho más
Dentro de esos paquetes mis padres han incluido un equipamiento extra que me ha venido de perlas. Como por ejemplo tres latas de litro de aceite de oliva virgen extra. A partir de ahora voy a poder cocinar a gusto. También me han enviado bastantes medicinas. Más bien, una farmacia entera. Tengo de todo. Las medicinas de aquí son bastante caras y además, por lo que me han dicho, son un poco flojas. Así que tener mi propio botiquín va a ser de mucha utilidad.
En el paquete están también mis trajes de kárate. Eso quiere decir que ya no voy a dar tanto la nota en los entrenamientos. Otra cosa que he recibido es un kit de especias entre las que hay unos sobres de azafrán para cocinar paellas. Ya puedo sacarle un poco de partido a mis técnicas culinarias en Japón. También tengo mi batín y mi albornoz. Voy a agradecerlos mucho porque ya está empezando a hacer frío por aquí. En fin, multitud de cosas que hacen que mi vida sea más fácil. Ha sido una buena dosis de energía que me ha sabido a gloria.
Con todo esto me puedo hacer farmacéutico. Se nota que mi madre se preocupar por mi salud 🙂
Incluso me ha mandado una sartén especial para hacer tortillas de patatas. Esto ya es lo más!
¡Ah! y mi no menos importante: mi kit de pintura china. Ya puedo seguir con mis prácticas y decorar mi cuarto al estilo oriental. Me ha faltado tiempo para ponerme al tema y ya me he colgado un par de cuadros en la pared. Con esto mi habitación empieza a coger un poco de color y a convertirse en un lugar más acogedor.
Lo que me ha dado un poco de pena es el repartidor que ha traído los paquetes. Para llegar a mi casa hay que subir unas escaleras largas y pronunciadas. Hacerlo cargado con estos dos bultos tiene que haber sido muy duro. Estos japoneses son muy sacrificados en el trabajo.
¿Quieres casarte conmigo?
Sábado 16 de octubre de 2010/ Ayer un compañero de clase me habló de una fiesta que la universidad organizaba para los nuevos extranjeros del año. Se ve que nos habían informado de ella en las jornadas previas a las clases pero yo, como no me enteré ni de la mitad, no estaba al corriente. La verdad es que me cogió en un momento en que no tenía muchas ganas de nada pero al final me decidí a ir.
Cuando llegué al punto de encuentro, vi que se celebraba en un hotel muy bueno de Kioto. Entré por la puerta y me indicaron que fuera hasta los salones del primer piso. Encontré allí a un montón de gente. Todos mis compañeros de clase estaban. Creo que si llego a quedarme en casa hubiera sido el único de la universidad en no asistir.
Me sorprendió gratamente la cantidad de comida y bebida que había distribuida por todas las mesas del salón. Hubo también una proyección de fotos con una música motivacional muy chula y al terminar algunos de los alumnos de los cursos más avanzados dieron un discurso en japonés sobre lo que iba a significar este año para nosotros y que teníamos que esforzarnos para aprovecharlo bien.
En la fiesta me volví a cruzar con las chicas de Taiwan con las que me había ido a cenar días antes. Durante la fiesta estuvimos hablando un buen rato y al final me ofrecieron ir a la orilla del río Kamogawa con ellas para tomar algo cuando la fiesta terminase. En Kioto es costumbre comprar alguna bebida en los combini y llevártela al río para tomarla allí mientras pasas un buen rato de cháchara.
De camino al río me di cuenta de que de nuevo era el único chico del grupo. Compramos unas latas de cerveza y nos instalamos cerca de uno de los puentes que hay de camino a la universidad. No sé por qué pero a las chicas de Taiwan les encanta que hable en español aunque no entiendan nada de lo que digo. Dicen que les suena como muy romántico.
Al ser yo el único chico entre unas catorce chicas taiwanesas, me preguntaron muchas cosas de España e incluso cómo se decía “¿Quieres casarte conmigo?” en español. Me animé a dar la nota y les hice un teatrillo de una declaración de amor y proposición de matrimonio con rodilla en el suelo incluida. Lo hice como si fuera la típica película empalagosa que ponen a la hora de la sobremesa en la tele. Pasamos un buen rato riéndonos de todo aquello e incluso hubo una chica que me cogió de la mano dispuesta a llevarme urgentemente a la iglesia más cercana para consumar el matrimonio.
Desde luego, si ya tenía poca vergüenza, aquí estoy perdiendo toda lo que me quedaba. Realmente, son situaciones en las que no me imagino hace un tiempo. Si te dejas llevar por la timidez aquí puedes ir olvidándote de sacarle el máximo partido a la experiencia. Creo que he hecho un gran avance de los últimos años en este sentido. Hoy ha sido una prueba de fuego porque, estar yo solo con catorce chicas sin parar de preguntarme cosas y además, en japonés, ha sido toda una prueba.