Martes 21 de septiembre de 2010
Cada día que pasa me sorprendo más de todos los lugares increíbles que hay en Kyoto (Japón). Y eso que no he visto ni el 5 % todavía. Pero bueno, empecemos por el principio. Hoy he ido a la universidad para entregar unos papeles. ¡Por fin los últimos! También he recogido el sobre que me envió mi madre, con el documento que debía entregar en extranjería para evitar que me deportasen y lo he mandado a la dirección que me indicaron. Qué descanso. Después de la universidad pensaba ver el templo de plata (Ginkaku-ji). El problema ha sido que he calculado mal los horarios y cuando he llegado ya no me han dejado entrar porque estaban cerrando. Vaya chof que me he llevado. Pero bueno, ya que estaba por allí, he dado un paseo por la zona. En una de las callejuelas adyacentes había una puerta que daba entrada al que parecía un patio interior de una casa antigua. Me he asomado para ver si estaba permitida la entrada al público, pero no he visto ni un alma. Estaba todo tan tranquilo que la curiosidad ha podido conmigo y al final he acabado entrando. Al final de un misterioso camino de piedra había jardín lleno de plantas y figuras religiosas que parecían pequeños budas. El sitio era precioso. Pequeñito, pero acogedor.
Me encontraba en un momento muy zen disfrutando de ese rincón oculto cuando de pronto he escuchado un ruido. Era como un golpe seco. No sabía de qué se trataba, pero no he tardado mucho en empezar a temerme lo peor. Cuando iba dispuesto a salir de allí, la puerta estaba cerrada. Para mi sorpresa me acababan de dejar encerrado en el patio. No sé cómo no han entrado a comprobar si había alguien o no antes de cerrar. Quizás no se imaginaban que un extranjero curioso se les había colado dentro. El caso es que después de buscar bien no he encontrado a nadie para que me abriera. Allí estaba yo diciendo en voz alta: ¿Sumimasen? ¿Dareka imasuka? (que significa, ¿Disculpen? ¿Hay alguien?) Pero mi llamada de auxilio no obtenía respuesta. No me ha quedado otra alternativa que intentar abrir la puerta por mí mismo. Después de examinarla detenidamente, me he dado cuenta de que para abrirla había que quitar un travesaño de madera. El problema es que solo se podía cerrar por dentro, así que muy a mi pesar, he tenido que dejarla abierta a mi paso. ¿Qué otra cosa podía hacer? En fin, me imagino que el japonés que la cerró se quedaría muy extrañado viéndola abierta poco tiempo después. Pasará a la posteridad como un expediente X.
El Camino del filósofo
Como todavía quedaba algo de luz, he continuado con la expedición. Después de aquello aún me quedaban ganas de aventura. Sin saber muy bien por donde me estaba metiendo, he llegado a un canal de agua que hay bordeando las montañas de la zona Este de Kyoto. Este canal va de norte a sur serpenteando entre una vegetación exuberante. ¡Un lugar increíble! Más tarde, en casa, lo he buscado por internet y por lo visto es conocido con el nombre de “Camino del filósofo” (Tesugaku no michi 哲学の道).
Lo he recorrido entero en bicicleta mientras deseaba que ese momento no acabara nunca. A lo largo del camino había una variedad de árbol que se repetía mucho. Me moría de curiosidad por saber si eran o no cerezos ya que, en el caso de serlo, en primavera el sendero se convertiría en un vergel de flores. Al final, las ganas de conocer la naturaleza del árbol me han llevado a superar mi vergüenza por hablar japonés y he acabado preguntándole a un hombre con el que me he cruzado. Ha sido muy amable. Me ha contado un montón de cosas y me ha recomendado encarecidamente que tengo que volver cuando los cerezos estén en flor durante las 2 primeras semanas de abril. Por lo visto es una pasada. ¡No puedo esperar para verlo!
El artista japonés que pinta piedras
Nada mas terminar de hablar con aquel hombre, me he topado con un señor menudo que me ha hecho un stop para decirme algo. Resulta que era un artista que se dedicaba a pintar piedras. Hacía dibujos de templos y jardines sobre ellas. Incluso me ha enseñando una hoja de periódico donde hablaban de él y su arte. Me ha parecido un japonés muy entrañable y con su amabilidad se ha ganado una venta porque he acabado comprándole una de sus creaciones. Esta piedra me recordará siempre este día tan bueno que he pasado en Japón.